Un día que había una gran tempestad, papá estaba sentado en el canapé, leyendo alguna cosa. Los truenos y los relámpagos se sucedían. Despavorida, fui a refugiarme en papá, metiéndome entre sus rodillas. Fue entonces cuando papá me dijo: “¿Está lloviendo? Es el Papá del Cielo que está enfadado con los niños y con los mayores que no quieren ser buenecitos. Y cuando las criaturas son buenecitas el Papá del Cielo está contento y manda el sol”.
Esto es lo que sucedió. Y así fue cómo adquirí la idea del buen Dios. Y desde ese día hasta los 6 años, todos los días, después de despertar, mi primera preocupación era saber si brillaba el sol o si llovía. Y si llovía sin truenos, me imaginaba que el Papá del Cielo estaba triste, sin estar enfadado. Y casi siempre, o siempre, encontraba en mí misma la causa de la tristeza del Papá del Cielo: porque había dejado que Acacia hiciera mis deberes y la había llamado fea; o había llorado con una rabieta, porque quería ver al soldado bañar a Congo, el gran caballo que montaba papá; o había tenido una pataleta al comer y había tirado comida al suelo con la cuchara. Aquel día, que enfadada tiré comida con la cuchara al suelo, llovió con truenos.
Siempre, sin embargo, después de mis travesuras, sentía un gran disgusto por haber entristecido al buen Dios. Corría entonces al cuarto de mamá y, mirando hacia el cuadro grande donde se veía a Dios Padre con unas grandes barbas blancas, intentaba descubrir, en su santo rostro, si todavía estaba enfadado o triste; pero nunca, nunca, durante los casi tres años en que repetí esta escena, descubrí que el santo rostro del Papá del Cielo estuviese aún enfadado.
Y fue así como comencé a amar, a tener cariño al buen Dios, pensando dentro de mí: El Papá del Cielo es muy bueno y me quiere mucho; cuando me porto mal, a Él no le gusta, sí, pero yo le digo que ya no lo haré más y el Papá del cielo es otra vez mi amigo.
Jamás conté a nadie estas escenitas, que día tras día se sucedían. Pocas veces oía hablar de Dios, y antes de los 5 años no sabía rezar; aprendí en el colegio. Sabía que el buen Dios estaba en el Cielo y que todo lo que es bonito y bueno lo había hecho Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario