Hasta entonces conocía poco a la Santa Madre de Jesús. Sin embargo, después del episodio de las “Rosas blancas” y de que Nuestra Señora abogara tan bondadosamente por mi causa para la Primera Comunión, ¡ah! y por una grandísima gracia del buen Dios, comencé a amarla más, mucho más. Después del Ave María, la segunda oración que aprendí con la Madre Rafaela fue:
“¡Acordaos de que os pertenezco,
Tierna Madre, Señora Nuestra!
¡Ah! Guardadme y defendedme
Como propiedad Vuestra”.
Siempre he rezado esta oración, por la mañana y por la noche, hasta después de entrar en el convento. Aprendí también a hacer pequeños sacrificios por Nuestra Señora. Y sentí una gran alegría cuando la Madre Rafaela nos enseñó a rezar el Santo Rosario. Volví a casa radiante. “La Llave del Cielo”, el librito que me regaló la Madre Rafaela, decía claramente cómo se debía rezar. Los Padrenuestros, las Ave Marías, el Credo y la Salve los sabía de memoria, pero lo que cada uno debe pensar, ¡ah! esto no lo sabía, pero “La Llave del Cielo” lo enseñaba. “Qué bien -pensé yo, después de la lección de religión-, hoy, en casa voy a rezar el Rosario y también se lo voy a enseñar al ‘señor’ Cipriano (el buen viejecito paralítico del asilo)”.
Llegué a casa. Aquel día tenía mucha prisa para todo; Acacia me iba a dar un baño muy rápido y después papá me ayudaría a estudiar (lo que con tanta paciencia siempre hizo mi querido papá hasta los 9 ó 10 años). Y es que yo quería después rezar el Rosario sola, la primera vez. Pero ni papá ni Acacia estaban en ese momento a mi disposición: papá todavía no había venido del cuartel y Acacia no salía de la cocina hasta que papá llegase. Entonces decidí rezar el Rosario.
Tomo “La Llave del Cielo” y voy a arrodillarme junto a la cómoda grande para rezar delante de la benditera. Y allí sentí una gran decepción. Me acordé de que no tenía un rosario. Sin embargo, recordé que Acacia tenía un collar grande de cuentas azules, parecido a un rosario; rezaría con él. Corrí a buscarlo. Sólo faltaba la Crucecita; yo no tenía ninguna, Nuestra Señora conocía esto y no le había de importar. Mi “Nuevo Amigo” estaba allí, Lo sentía observando todos mis movimientos y mis pensamientos. Nuestro Señor también.
Yo sabía que todas las estampas, los rosarios, las medallas deben ser bendecidos y concluí: el collar de Acacia no es santo, entonces no está bendecido. Me pongo de rodillas con mucha devoción, tomo el collar, lo pongo en la palma de mi mano y con la otra mano hago una cruz sobre el collar, diciendo con toda la sinceridad de mi corazón: “Yo te bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.
Y fue así como recé mi primer “tercio”. Estoy totalmente convencida de que Nuestra Señora aceptó con mucho gusto éste mi primer rezo de su santo Rosario, con aquel collar de cuentas azules, que mi inocencia había improvisado como rosario. Mi “Nuevo Amigo” estaba conmigo y también Nuestro Señor, y no se opusieron. ¡Y qué cuidado y respeto tuve después con el 'collarcito’. Pensé: ahora Acacia ya no debe adornarse más con él, porque lo he bendecido. Voy a pedirle el collarcito para mí y le daré a Acacia las “platitas” que ya tengo en el “Arca de Noé”. La buena Acacia, sin embargo, no aceptó el intercambio y me dio el collar; sólo aceptó una caja de cigarros de chocolate que yo había comprado con una “platita” de mil reales.
Más tarde, al final del año, en la fiesta de fin de curso, recibí como premio una especie de bolsita de satén, a rombos blancos y azules, que tenía dentro un lindo rosario blanco, de verdad, y la buena Madre me dijo que estaba bendecido. Éste fue el primer rosario que tuve. Y luego, al día siguiente, ya en vacaciones, fui a enseñarle a rezar el Rosario al querido viejecito paralítico del asilo. Creo que estuve rezando con el collar unos dos meses, más o menos.
Ya había intentado ir al asilo dos veces a enseñarle al viejecito a rezar con el collar, pero, mi “Nuevo Amigo” se opuso las dos veces. Sin embargo, con el lindo rosarito blanco de verdad, Él, el Santo Ángel, no se opuso y me acompañó. Mi buen Jesús, Virgen Santísima y fidelísimo Santo Ángel, seguro que habéis perdonado, con mucho amor, la gran ignorancia de vuestra sierva y sólo mirasteis la voluntad y el gran amor de la tonta e ignorante Cecy.
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