domingo, 15 de marzo de 2020

Cap 22 - La cesta de caramelos, abierta

Durante el verano, Acacia, por la tarde, reunía a las niñas de la vecindad y nos llevaba a pasear al campo. Esta vez vino también N.

Fuimos al prado. Cuando llegamos, a Acacia se le ocurrió que jugáramos a las carreras. Y, como en esos paseos no se olvidaba de la cestita con “cosas buenas”, nos dijo: “La que gane recibirá premio”, y nos enseñó la cestita. ¡Qué gran alegría! N. corrió con cada una y perdió todas las veces. Y yo también perdí, porque, en cuanto corría un poco, me dolía el costado.

Acacia, entonces, nos dijo: “He traído un montón de caramelos de dulce de leche; las que han ganado recibirán dos y las que han perdido sólo uno. Vamos primero a visitar a la “seña” Manuela (una negra vieja, muy bondadosa, que vivía en un ranchito allí cerca) y después hago el reparto”.

Fuimos. Cuando llegamos allá, Acacia dejó la cestita fuera de la puerta del ranchito y entramos. La “seña” Manuela nos llevó a un huertecito y nos cogía flores.

Entonces N. me dice: “Acacia es muy mala; los caramelos son de tu casa y ahora ella sólo te quiere dar uno. Vamos allá y tomamos dos para nosotras”.

Me pareció que N. tenía razón y que, incluso, yo tenía derecho a todos los caramelos. Nos apartamos del grupo y nos fuimos a la cesta. La abrimos, ¡había un montón!

“Como poco”, le dije a N., “toma cuatro para ti y cuatro para mí”. N. los tomó y se los metió en el bolsillo. Sin embargo, yo, en el momento en que me agacho para hacer lo mismo, ¡siento en el hombro una mano suave, tierna, mansa y amiga! ¡Una mano santa y muy conocida para mí! Me levanto inmediatamente y elevo la cabeza para ver el santo rostro de mi “Nuevo Amigo” mirándome triste,  triste. Lo veía, pero no con mis ojos, no como veía a toda la gente, no; lo veía de otro modo.

N., entretanto, me metía prisa: “Corre, que ya vienen para aquí”, mientras se comía, en un instante, uno por uno todos los caramelos; y ya había desaparecido el último, cuando vuelve Acacia con las otras niñas y se topa con la cesta abierta. Allí estaba yo, porque N. había desaparecido de la vista. Acacia, enfadada, me tomó por la mano y me dijo: “¡Comilona, estás metiendo la mano en los caramelos! Ahora todas las otras niñas van a ganar y tú las miras”. El castigo no me pareció duro, porque me sentía verdaderamente entristecida, sinceramente arrepentida del feo pecado que reconocía que iba a cometer. Y además, apareció en mi imaginación la espina con que iba a herir la cabeza de Nuestro Señor. Había mirado ya muchas veces a mi “Nuevo Amigo” y Él sólo estuvo triste la primera vez, cuando iba a tocar la cestita. Pero ahora ya no lo estaba. Y su bondad grande, inmensa, me conmovía más, mucho más, y mi arrepentimiento era también mayor.

Volvimos al prado, y allá Acacia repartió los caramelos. Yo permanecí apartada del grupo, como avergonzada de mi fea acción. Nadie, tampoco Acacia, sabía lo que N. había hecho. Ella estaba con las otras y, cuando vi que Acacia iba a darle también los dulces, sentí una especie de indignación y de rebeldía, pensando al mismo tiempo: “Acacia no es buena; N. ha tomado los caramelos y se los ha comido, y ahora, encima, Acacia le da más”. (No me daba cuenta de que Acacia, siempre tan justa, no sabía lo que N. había hecho).

Revuelta e indignada, decididamente iba a acusar a N., pues ella se reía de mí como las otras. Sin embargo, con la misma rapidez de mis movimientos, sentí otra vez la santa mano de mi “Nuevo Amigo” impidiéndome seguir adelante y hablar. ¡Su santo rostro, otra vez, estaba triste! Mi arrepentimiento fue también instantáneo y tan vivo que me eché a llorar. Acacia, naturalmente, pensó inmediatamente que yo lloraba por el castigo que ella me había impuesto y, apenada, me llamó.

Miré a mi “Nuevo Amigo”, y ¡otra vez estaba contento! Mi conmoción fue tan grande que corrí a Acacia, me eché en sus brazos y, abrazada a su cuello, lloré, lloré de pesar. Acacia me dio el resto de los caramelos, pero no los probé. Y durante mucho tiempo, creo que durante unos dos años, no probé ni un trocito siquiera de los sabrosos caramelos que tanto me gustaban. Ésta es la primera vez que cuento este hecho.

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