domingo, 15 de marzo de 2020

Introducción a la primera edición

A principios del año 1944 enfermé tan gravemente que juzgaron conveniente administrarme los últimos sacramentos. Durante algunos días continué enfermo, sin mejoras sensibles. El miércoles de la semana siguiente, comencé una novena en honor del Sagrado Corazón de Jesús y de Sor Antonia - Cecy Cony (1900-1939)-, que había fallecido unos años antes, en San Leopoldo, después de una vida virtuosa: Pedía el favor de poder explicar, el lunes de la semana siguiente, la lección de Liturgia, asignatura de la que era profesor. En el caso de conseguir la realización de mi deseo, lo atribuiría a un favor de Sor Antonia. A pesar de ello empeoré el jueves y el viernes, y temí haber sido temerario en mi confianza. Sin embargo, el sábado mejoré y le pedí permiso a mi superior para poder dictar la lección, el lunes a su hora. Él se rió y me dijo que para eso sería necesario un milagro. Aquella misma tarde le comuniqué mi intención al Padre encargado de los enfermos, que era médico titulado. “¡Eso no puede ser!”, me respondió, y sólo se tranquilizó cuando supo que el Padre Rector ya me había concedido la preceptiva licencia. Ninguno de mis dos superiores conocía nada sobre la novena.

El domingo, cerca de 40 “júniores” (estudiantes de filosofía) de la casa de formación rezaron por mi intención, y el lunes, acompañado por el rosario de los “júniores” y protegido por Nuestra Señora, fui a explicar mi lección académica. Después de terminar la clase, dije que era Sor Antonia la que me había ayudado en mi rápida curación. Apenas salí del aula, me rodearon los “teólogos” (estudiantes de teología) preguntándome: ¿Quién es esa Sor Antonia? ¿Dónde está? Les di las explicaciones convenientes, satisfaciendo así la curiosidad de mis alumnos.

Ésta es la persona de cuya vida trata el presente libro. Escribió los recuerdos de su vida, obligada por la obediencia, tal como venían a su memoria, con cierta repugnancia y pidiendo una ayuda especial a Nuestro Señor. En cuanto terminaba uno de los seis cuadernos de que se compone el manuscrito, lo entregaba inmediatamente a las Superioras y ya no preguntaba más por él. Murió antes de concluir su biografía, que sólo alcanza hasta los 21 años, y pudo presentarse ante Nuestro Señor con la belleza deslumbrante de la inocencia bautismal.

El manuscrito fue leído por algunas personas. Lo encontraron de tal belleza que solicitaron repetidas veces su publicación para el bien de muchas almas. Los hechos referidos merecen el crédito de cualquier persona prudente y versada en estos asuntos. Cecy era inteligente y tenía una formación esmerada. Los informes de calificaciones del colegio le asignaban siempre el 1° o el 2° lugar. Como docente fue una profesora habilísima y así lo atestiguan sus superioras. Humilde, extremadamente sincera e inocente, nunca en su vida profirió una mentira ni ofendió a Nuestro Señor “queriendo”. Esta expresión nos da la clave para enjuiciar ciertas fragilidades exteriores que algunas personas apreciaron en ella. Era incapaz de inventar hechos místicos. Ni por la lectura, ni por cualquier otro medio ordinario pudo conocer los fenómenos de esa naturaleza que con tanta nitidez describe. Casi al final de su vida, al saber que había almas que nunca experimentaban la presencia sensible de Nuestro Señor, al recibir la Sagrada Comunión, preguntó asustada: “¿Ni en la Primera Sagrada Comunión?” La respuesta negativa le hizo llorar amargamente. Y exclamó: “Estas almas, en esta vida, no han llegado a conocer a Nuestro Señor”.

La vida de la difunta Hermana fue muy apreciada por el Padre Francisco Javier Zartmann, S.J., fallecido en 1946. Su parecer es de gran valor: Él fue durante muchos años el Superior de la Provincia de Brasil Sur de la Compañía de Jesús, Instructor de la Tercera Probación, experimentado Director Espiritual y Predicador de Ejercicios para muchos sacerdotes y religiosas. Hombre de juicio recto y sereno, fue un óptimo conocedor de los fenómenos místicos.

Ha sido necesario omitir algunos pasajes del manuscrito, relativos a la vida interior o a personas que podrían ser identificadas. Se han añadido títulos a los episodios que se relatan. Las referencias a los años de su vida religiosa las debemos a informaciones de personas que gozaron de la amistad y la confianza de la Hermana. El editor del libro fue Director espiritual de la Hermana Antonia, en los últimos años de su vida religiosa.

No podríamos concluir mejor esta sumaria introducción que cediendo la palabra al filósofo y conocido conferenciante Fray Pacífico, O.F.M. Capuchino, que leyó esta autobiografía:

“He leído con suma atención y vivo interés las páginas ingenuas y sinceras de Sor Antonia. Son el eco de un alma bella que se encontraría muy cómoda al lado de los amigos de San Francisco, Fray Junípero y Fray León, la ovejita de Dios, como lo llamaba el Padre Seráfico. Impresiona la intervención santificadora del Ángel de la Guarda, en relación sensible y casi continua con el alma virginal de una niña privilegiada. ¿Tendremos aquí la señal de una misión providencial para reavivar la fe en el dogma, tan importante y tan olvidado, del Ángel de la Guarda? Creo que un día, en el momento oportuno, la Santa Iglesia esclarecerá este punto, por medio de sus representantes autorizados. La misión de Santa Teresita, enseñando ‘el camino de la infancia espiritual’, no fue comprendida inmediatamente, pero Dios habló por boca de sus Pontífices y todas las dudas se disiparon. ¿Quién sabe si no hablará también, un día, de la misión angélica de Sor Antonia? Creo que debemos dar a conocer esa misión santificadora, e hicieron muy bien al mandar a la amiguita del Ángel de la Guarda escribir sus impresionantes e instructivas relaciones con su angélico ‘Nuevo Amigo’. Por mi parte, deseo fervientemente que se escriba, con la misma simplicidad y lealtad, todo lo que se sabe de Sor Antonia, cómo fue su vida y su muerte en el convento. Sólo así tendremos una idea completa de lo que fue Cecy y eso nos ayudará a formarnos un juicio sobre una misión tan oportuna y santificadora como es la intervención del Santo Ángel de la Guarda en nuestra vida. Por la boca ‘de los inocentes, de los niños’ Jesús revela a los hombres los tesoros de su infinito amor. A mí me encantaron las páginas de esa feliz niña. Llenaron mi alma del deseo de recurrir más a menudo a mi Ángel de la Guarda.”

Padre Joao Batista Reus, S.J.

Profesor emérito de Ascética y Mística San Leopoldo, Colegio Cristo Rey, 8 de diciembre de 1946. 

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