Ya en el año 1912, comenzó en Jaguarao una verdadera inundación de cines. Se abrían salones por todos los lados. Los domingos había “matinés” casi de hora en hora. Los propietarios de cines comenzaron a hacerse la competencia unos a otros y había hasta rivalidades. Finalmente se abrió un salón lujoso de la empresa Pinto y Hermano, que se llamaba “Punto Chic”. El propietario, un gran capitalista, había mandado construir especialmente este salón, con butacas tapizadas, ventiladores eléctricos, salas de espera, etc., y con el mismo precio que los otros.
Las familias acudían, en tropel, a Punto Chic. En los domingos, las “matinés” eran exclusivamente para niños, y allá se distribuían, gratis, lindos saquitos de bombones. Además sorteaban un bonito premio: una gran muñeca, un par de patines, un diábolo de goma, etc. Esto atraía, puedo decir, en bloque, a la chiquillería de Jaguarao.
No sé decir si tal fiebre de cines dañaba la moral del pueblo. Sé que, un cierto domingo, se anunció la apertura de un nuevo salón, el de los Reverendos Padres Premonstratenses. El precio era menos de la mitad de los otros cines. Y entonces el pueblo se aglomeraba allí.
De todas las películas que vi en el “Salón de los Padres” (este era su nombre popular), en esa época de mi infancia, y más tarde en mi mocedad, recuerdo íntegramente, incluso hoy, su contenido y hasta su título: “La vida pública del Salvador”, “El Hijo Pródigo”, “El Milagro de la Virgen”, "Tengo por techo el Cielo”, etc.
Quizá no se proyecten ya películas como las que vi en el teatro o en los salones. La mayor parte de ellas (a excepción de los documentales sobre la naturaleza), no llegaba a verlos, porque las “Santas Alas” de mi “Nuevo Amigo” me impedían ver gran parte de ellas. Ya he contado anteriormente cómo en mis vacaciones en Santa Victoria mi nuevo amigo hizo esto por primera vez. La segunda vez fue en el cine “Punto Chic” y después continuó siempre, incluso en mi mocedad.
Voy a contar la segunda vez. Un domingo anunció “Punto Chic” una “velada” extraordinaria. Fuimos a aquella “velada” extraordinaria. Enorme concurrencia de familias. Comenzó la película, cuyo título era: “La celda número 13”. Habían pasado dos o tres escenas cuando, en aquel momento, siento la santa mano de mi “Nuevo Amigo” sobre mi hombro y, como en el baño de la cascada, se extendieron sus Santas Alas delante de mí, ocultando totalmente a mis ojos las escenas que se proyectaban en la pantalla. Mi “Nuevo Amigo” permaneció así durante toda la proyección de la película, de modo que no vi nada de ella.
En otras ocasiones (quiero decir, en otras películas), sus Santas Alas se extendían un cierto espacio de tiempo. Después se cerraban y, entonces, yo podía ver la pantalla, aunque su santa mano sé mantenía sobre mi hombro, de modo que me ocupaba más de él (pues él constituía mis delicias y el recuerdo de que Jesús estaba satisfecho de su amiguita) que de lo que me rodeaba. Muchas y muchas veces, durante la proyección de una película, sus Santas Alas se extendían por un tiempo rápido y luego me dejaban la vista libre.
Mi “Nuevo Amigo” no sólo procedía así en los cines. También lo hacía en los espectáculos (representaciones teatrales, etc.). Cuántas veces mamá me trataba de “estúpida”, porque no sabía contar la película o la obra de teatro a la que había asistido. Y papá me decía: “Hija mía, debes describir lo que ves y contar lo que oyes”. Sin embargo, nunca les dije que mi “Nuevo Amigo” me lo impedía.
Mi santo y fidelísimo “Nuevo Amigo”, solamente hoy reconozco los innumerables peligros a que estuve expuesta en aquel mundo malo y de los que salí ilesa, únicamente por la gracia especial de Dios y por vuestra fidelísima guarda. Sed, Dios mío, glorificado eternamente en la flaqueza de Vuestra criatura. Y vos, mi “Nuevo Amigo”, recibid el amor agradecido de vuestra pequeña hermana y amiga. Amén.
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