Fue al principio del año escolar de 1914. El Padre Godofredo, en la primera confesión del año lectivo, me había dicho: “Debes, desde ahora, comenzar a prepararte para merecer la gran gracia de ser Hija de María, en diciembre”. (En diciembre de 1913 había recibido la cinta verde de Aspirante). “No dejes pasar ningún pequeño sacrificio, sin ofrecérselo a Nuestra Señora”. Y aquel mismo día, por la tarde, la Madre Celestial le pedía a su hijita el primer sacrificio.
Al llegar a casa, a la vuelta del colegio, encontré sobre mi mesa de estudio un paquete que papá me había traído de Artigas: un lindo estuche de clase completo, de madera barnizada, con lápices, regla, pluma, cortaplumas, gomas, abrecartas, limpiaplumas, sacapuntas, portaminas, en fin, todo lo que un colegial puede necesitar se encontraba allí. Deseaba aquel estuche desde el año anterior; ya lo conocía pues algunas compañeras mías tenían uno igual. Y más de una vez le había expuesto a papá mi deseo.
Ahora lo tenía. No acierto a describir mi alegría de aquella tarde. No me cansaba de admirar mi tesoro. Comencé a hacer la tarea, antes de la hora de costumbre, solamente por el gusto de poder utilizar mi “estuche inigualable”.
¡Qué fea, y hasta inútil, me parecía la caja vieja! “¡Ah! No quiero ya nada de eso. Mañana, después de Misa, se la llevaré con todo lo que tiene dentro a la sacristía al padre Domingo, que tanto se alegra con estas cosas, para sus chicos y niños pobres de la clase nocturna”.
En el colmo de mi alegría, terminada la tarea escolar, me puse a limpiar y a ordenar la cajita, envolviéndola para llevársela, al día siguiente, al Padre Domingo. Y, cuando ya estaba terminado el paquetito, envuelto con el mismo papel satinado y con el mismo cordel de carrete con que había venido envuelto el nuevo estuche, al levantarme de la mesa, me viene a la mente un pensamiento inesperado; “¿Por qué, en vez del estuche viejo, no le doy el nuevo al Padre Domingo?” Y, como para rechazar el “atrevimiento de tal idea”, otro pensamiento le sucede, como queriendo aplastar al primero: “No, el Padre Domingo siempre habla de los libros y los utensilios del colegio que ya no queremos”.
Allí estaba yo en un verdadero combate. Me desagradó sobremanera la primera idea; después de la segunda, se presentó otra objeción: “Necesito un estuche nuevo como éste; ya estoy en la clase superior y casi todas las niñas tienen estos estuches y por eso me lo trajo papá”. Todo estaba decidido: llevaría el estuche viejo al Padre Domingo. Lo tomé para llevarlo a mi cuarto, como queriendo asegurar mi decisión.
No llegué, sin embargo, al umbral de la puerta. La santa mano de mi “Nuevo Amigo” se posa suavemente en mi hombro y un nuevo pensamiento vino a mi mente: “Éste será el primer sacrificio a la Madre Celestial, para merecer la linda Cinta Azul de Hija de María”. Ya no estaba agitada. Miré el santo rostro y lo encontré con aquella “seriedad” que solía tener, cuando esperaba de su amiguita algo de bondad. Lo entendí y lo decidí. “No le llevaré al Padre Domingo la cajita vieja, sino mi lindo estuche nuevo, para que él se lo dé como premio al niño o al mozo pobre más aplicado de la clase”. Volví a la mesa, me senté y, en poco tiempo, el paquete nuevo estaba listo, tal y como lo había recibido. Pero antes de llevarlo al cuarto, miré su santo rostro y su santa “dulzura” me pagó por centuplicado el “pequeño sacrificio”. Al día siguiente, después de la Santa Misa, no volví al colegio en la fila, porque necesitaba hablar con el Padre Domingo. Parece que había adivinado el “pequeño sacrificio” y me dio una bonita estampa de la Santísima Virgen. Me alegré de verdad, pues parecía que me estaba diciendo que aceptaba, muy complacida, el primer sacrificio que le había hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario