domingo, 15 de marzo de 2020

Preámbulo - El Padre del Cielo en el cuarto de mi querida madre

Mi buen Jesús, quiero cumplir Tu santísima Voluntad. Que yo, Vuestra criatura, glorifique Vuestro Nombre y, reconociendo todo lo que hicisteis por mí, Os ame aún más, Dios mío.

Tengo que contar todo lo que recuerdo de mi vida. Voy a hacerlo como me salga del corazón.

Considero mi vida como dos corrientes que se juntan: una, la Gracia Divina; otra, la miseria de la criatura. Nací el 4 de abril de 1900, y guardo recuerdos de mi infancia desde los 4 años. Me acuerdo muy bien de mi pequeña ciudad natal, Santa Victoria del Palmar, con sus extensos palmares; de la casa de mis padres; de los niños con los que jugaba; y hasta de la tarde del 2 de febrero de 1904, cuando, sentada en un peldaño de la escalera que daba al patio y jugando con el osito de fieltro, papá vino a llamarme: “Dedé , ven a ver al nene que ha llegado dentro de una cestita; la garza grande se lo trajo en el pico a mamá”. Era mi hermano Jandir.

Me acuerdo también de que, en ese tiempo (1904), ya tenía alguna idea del buen Dios. Recuerdo el crucifijo de peana que siempre estaba encima de una cómoda muy alta y que para mirarlo, Acacia, la buena ama negra que cuidó de mí hasta los 10 u 11 años, me levantaba, alzándome en brazos. También de un cuadro grande que representaba a la Santísima Trinidad que estaba colgado en una pared del cuarto de mamá; así como de una benditera de loza que representaba a la Inmaculada Concepción. Y esto es todo.

Yo conocía al buen Dios por el nombre de Papá del Cielo, y me acuerdo de que quien me habló de Él fue papá.

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