domingo, 15 de marzo de 2020

Cap 42 - La garrafa de queroseno

Al escribir el caso de los patines, puse en una nota que se habían repetido varios casos como aquel y que por eso no me parecía necesario contarlos. Como, sin embargo, desean que los cuente, voy a hacerlo. Retrocederé, por tanto, cada vez a un año.

Estábamos en 1914, el año de los pequeños sacrificios a Nuestra Señora. Todos los meses, cuando cobraba la paga, papá acostumbraba a darnos 5.000 reales a cada uno para comprar lo que quisiésemos. Yo prefería comprar, con “mi dinero”, lo que me parecía, y por eso muy raramente les pedía a papá o a mamá las cosas que quería, prefiriendo esperar más tiempo hasta conseguir la cantidad necesaria.

No sé si esto era bueno o ruin en mí, sólo sé que experimentaba más placer cuando compraba lo que quería con “mi dinero”, como decía, que cuando el mismo papá me lo compraba. Mamá decía que era “una manía mía”, papá afirmaba que eso demostraba “espíritu de independencia”, y nunca se opuso a que yo obrase así.

Fuese lo que fuese, lo que sé es que continué con mi “manía”, según mamá, o con mi “espíritu de independencia”, según papá. También sé, y puedo decirlo, que de eso se ocupó muchas veces mi “Nuevo Amigo”. Pues bien, continúo. Los mediados de cada mes siempre eran recibidos con gran simpatía, y yo siempre tenía algún deseo que satisfacer con “mi fortuna”.

Una tarde, iba yo a casa de Muebles Danigno a comprar el ansiado diábolo, entonces muy de moda. Le diría cómo lo quería: igual que el de A., el par de palitos con las extremidades guarnecidas de metal, donde se ataba el cordel, y que los bordes del carrete estuviesen recubiertos de goma, para que pudiera resistir las continuas caídas. Me sentía feliz y pensaba: “Y después iré a visitar a A. con mi diábolo para jugar una partida”. Tenía 10.000 reales; pagando 7.000 por el diábolo me quedarían 3.000 para el chocolate, pues así acostumbrábamos a jugar: partidas por barras de chocolate. ¿Pero qué iba a suceder?

A medio camino, me topo con una pobre negrita, más o menos de mi edad, sucia y desarrapada, llorando ante los pedazos de una garrafa de queroseno que encharcaba el suelo. Me quedé parada ante aquella triste escena, mirando los cascos y a la negrita que se deshacía en sollozos.

Fue ella la que rompió el silencio: “Fui a comprar una garrafa de ‘gas’ para la vecina, que me iba a dar una propina, y ahora ni tengo dinero para pagar el ‘gas’, ni voy a ganarme la propina y además mi madre me va dar una paliza”.

Sentí una gran pena por aquella pobre negrita; me acordé luego, con alegría, de que disponía de las vueltas de 3.000 reales para comprar chocolate. Como el billete era de 10.000 reales, le dije a la negrita: “Espérame aquí; voy corriendo allá, a la farmacia, a cambiar el dinero y te doy el dinero del queroseno, ¡pero no llores más!”.

La negrita, al instante, se secó las lágrimas con el bajo del vestido y, en un dos por tres estaba mostrando sus dientecillos blancos como la nieve. En seguida estaba yo de vuelta, con un puñado de cambios. Le pregunté a la negrita el precio de la garrafa de queroseno y me dijo: “600 reales, más la garrafa que también era de la vecina y cuesta en el almacén 200 reales”. Le respondí: “Yo te doy la mitad de mis cambios de 3.000 reales. Pagas lo 800 reales a tu vecina y los otros 700 reales son para ti”. En el momento en que depositaba los 1.500 reales en la mano de la negrita, siento sobre mi hombro la santa mano de mi “Nuevo Amigo”. “Espera”, le dije a la negrita. Había percibido inmediatamente que mi “Nuevo Amigo” quería alguna cosa. La negrita se quedó mirándome con los ojos abiertos de sorpresa, tal vez recelosa de mi indecisión.

Entonces, me vino al pensamiento: “Debo darle a la pobrecilla todos los cambios y así ella tendrá mayor alegría. Me privo del chocolate y será otro pequeño sacrificio para Nuestra Señora”. “Espera -le dije a la negrita-, te doy todos los cambios. Los 3.000 reales para ti”. La negrita saltó de gozo. Miro a mi “Nuevo Amigo” ¡y no percibo la “dulzura” que esperaba! ¿Qué desearía, entonces, mi “Nuevo Amigo”? Allí estaba yo envuelta en dudas. Sin embargo, un instante después, surge en mí un pensamiento, como unas palabras que alguien me susurra: “No sólo las vueltas, sino que además tienes que privarte del lindo diábolo, para darle toda la cantidad a la pobre negrita”.

Entro en lucha: ¡Me he privado ya tantas veces de cosas que me gustaban tanto! Pero entonces dejaré pasar el sacrificio a Nuestra Señora y, ¡quién sabe si entonces también pasará la linda cinta azul! Como un rayo de gracia, siento un arrepentimiento grande, muy grande por mi egoísmo y, ante la negrita paralizada, me entraron ahora a mí ganas de llorar. Pretendí explicar el motivo de mis lágrimas, y le dije: “Quiero darte todo el dinero que tengo aquí, también el dinero que papá me da cada mes”. Le enseñé a la negrita mi casa y le pedí que cada día 4 viniese a buscar los 5.000 reales que yo guardaría para ella. Y así fue. Durante todo el año 1914, hasta diciembre, le di a la negrita mi “precioso sueldo”. Y, a cambio, recibía otro “sueldo” incomparablemente más valioso: la “dulzura” de mi “Nuevo Amigo”. Y recibí la linda “Cinta Azul”, que “no pasó”, como tampoco pasaron, ni una vez en aquel año, los sacrificios para Nuestra Señora. En las vacaciones de 1914 a 1915, la negrita se despidió de mí, porque se fue con una familia a la ciudad de Pelotas.

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