domingo, 15 de marzo de 2020

Cap 55 - El placer insípido

(El fragmento que sigue, lo escribió sor Antonia en uno de los primeros días de las vacaciones de 1938, ya enferma, recostada en la silla, contando el paso a la otra fase de su vida. Es el último capítulo de sus memorias. El repentino agravamiento de su estado, precursor de un rápido desenlace, le impidió acabar su autobiografía (Nota del editor brasileño).

1920. Aquí comenzaron mis decisiones e indecisiones sobre qué estado debía tomar. Hasta entonces, la decisión que había tomado el día de mi Primera Comunión, confirmada después tras las explicaciones del santo Padre espiritual, jamás se había debilitado ni la había cambiado. Sin embargo, 1920 me trajo verdaderas luchas espirituales, aunque yo no las comprendía bien. No tenía a quién recurrir. Las Hermanas, las santas amigas que tuve durante la mayor parte de mi infancia y de mi juventud, ya no estaban en Jaguarao. 1919 fue el último año en el que funcionó mi queridísimo Colegio de la Inmaculada Concepción, cuyo recuerdo, tan grato, se conserva hasta hoy nítido en mi alma. Luché y luché, y unas veces me decidía enérgicamente, otras retrocedía en mis decisiones.
Sentía por mi papá un amor grande, muy grande, y me parecía imposible tener que separarme de él. Pensaba que con diversiones, paseos, etc. podría distraer mis combates, pero, por el contrario, en medio de ellos se apoderaba de mi alma una repugnancia extrema. Y si asistía a las fiestas era por conveniencia social. Papá decía muchas veces: “Es preciso, hija mía, no apartarse de la sociedad, cuando está bien ordenada por la moral”. Mis dos hermanas no las frecuentaban (estaban enfermas). Y siempre, en las invitaciones a los bailes, fiestas populares, etc., allá estaba yo. Sin embargo, en medio de aquellas reuniones, sufría amargamente.

Más o menos por aquel tiempo se fundaron dos sociedades deportivas. El Sport Club Internacional y el Sport Club Crucero de Sur. Recibí la invitación de los dos para hacerme “hincha”, como decían ellos. Me decidí por el “Crucero del Sur”. El entusiasmo de los dos clubes era casi un delirio. Los domingos, a las dos de la tarde, se celebraban los partidos de los dos clubes, en la Plaza o en la explanada del Cuartel. Era de ver al mocerío de Jaguarao, con los distintivos de su club, animando con un entusiasmo casi exagerado.

Me dejé llevar por la ola. Me entusiasmé con el “Crucero del Sur”. Un domingo se decidió un gran encuentro entre el Campeón, el “Crucero” y el “Internacional”. El campo estaba de bote en bote. Las mozas llevaban en el pecho el distintivo de su equipo y el entusiasmo crecía sobremanera. Era como si todo mi ser se concentrara en esto. Parecía olvidarme, por un cortísimo tiempo, de mis aprensiones. Y, en el instante en que estaba aplaudiendo entusiasmada un lance feliz de mi club, en medio de aquella algazara de música, vivas y risas, he aquí que aquella mano amiga, leve, muy levemente, me tocó el hombro. Al instante sentí aversión a todo aquello y mi alma comenzó a sufrir en aquel ambiente y a suspirar por “su ideal”.

Y siempre, siempre sucedía así. En el momento en que parecía alegrarme en aquel ambiente, la santa mano, como que me sacaba de aquel fútil, mezquino e insípido placer. Y así se pasaron los años 20 y 21. Entonces tomé una decisión. Sin embargo se iban a presentar mil dificultades.

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