Después de que el “señor” Cipriano, el buen viejecito, falleciera, me surgió una dificultad: me había acostumbrado a rezar el santo Rosario con él, a media voz. Después de su muerte, recé por él con mi pequeño rosario, pero ya no con la misma facilidad que cuando rezaba con él. Rezando en voz baja y sola me llevaba el doble y hasta el triple de tiempo, pues me distraía con facilidad y siempre comenzaba de nuevo la oración. ¡Qué bien, pensaba, si tuviese a alguien que quisiese rezar conmigo siempre, como el “señor” Cipriano! Acacia sabía rezar, pero ella siempre decía que no tenía tiempo. Mi hermana Dilza rezaba algunas veces conmigo, pero nunca llegaba a terminar, diciendo: “Ahora reza tú el resto, que yo ya estoy cansada”.
Y yo recomenzaba a rezar, y muchas veces se encendían las luces y no había acabado mi Rosario. ¡Me sentía tan infeliz cuando no rezaba el Rosario a Nuestra Señora! Después pensaba: “La Madre de Jesús hoy no ha recibido mi oración”. No podía dormirme si no había rezado el Rosario durante el día; tan gran contrariedad sentía. Por eso, ya en la cama, cuando Acacia apagaba la luz, me sentaba y rezaba. Sólo entonces podía dormirme.
Buscaba ansiosamente superar aquella dificultad, tan penosa para mí, recurriendo a Isaura, una amiguita que vivía junto a nuestra casa. Isaura era muy buena. La invité a rezar conmigo el Santo Rosario, exponiéndole mis dificultades. Ella accedió diciendo: “Pues sí, pero vámonos allá al cenador, porque si nos ven se van a reír de nosotras”. No comprendí esta razón de Isaura, pero tampoco intenté comprenderla, y me fui con ella al cenador. Isaura me acompañó hasta el final, y durante algunos días seguidos mi amiga siguió haciéndolo de buena voluntad. Sin embargo, una tarde, Isaura me dijo, en medio del rezo, como me había dicho mi hermanita Dilza: “¡Ay!, estoy cansada, ya no quiero rezar más, vamos a jugar”.
No podía quedarme sola en el cenador, porque aquélla no era mi casa, y tuve que acompañar a Isaura. Acabé después el Rosario en la cama. Y desde aquel día en adelante, raramente quiso Isaura acompañarme en el rezo del Santo Rosario.
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