domingo, 15 de marzo de 2020

Cap 8 - La Santa Hostia Blanca

Lo que me impresionó sobremanera fue lo que nos dijo la buena Madre sobre la “Santa Hostiecita Blanca”: que era el mismo buen Dios, el mismo Jesús que vivió y murió aquí en nuestra tierra.

Luego pensé: “¡Si yo pudiera tener conmigo al buen Jesús escondido en la Hostiecita” ¡Ah! ¡Ahora yo cambiaría, sí, de buen grado, la Crucecita negra, con el Papá del Cielo clavado en ella, por la Santa Hostia blanca, que es el Papá del Cielo vivo, de verdad, mientras que el Papá del Cielo de la Crucecita es sólo su retrato!

Sé que amé mucho, mucho, a la Santa Hostia Blanca. Los domingos y fiestas de guardar me encantaban: iba con las Hermanas y las niñas a la iglesia, a rezar a la Santa Hostiecita.

Pasaron algunos meses. Ya sabía leer sólita. Un día apareció la Hermana Irene por nuestra clase y dijo: “Quien no haya hecho la Primera Comunión que levante el dedo”.

Me llené de gozo, ya había oído hablar a la buena Madre Rafaela de la Primera Comunión. ¡El buen Jesús se quedaría siempre, siempre conmigo en mi corazoncito! Fue lo que pensé en aquel momento. Y yo también levanté mi dedito.

La Madre Rafaela tomó mi dedito en el aire, sacudió la cabeza y habló con la Hermana Irene. Después, la Madre Rafaela, dirigiéndose a mí, dijo: “Cecy es todavía muy pequeña, todavía tiene que esperar hasta el año que viene; además, ¡papá no le va a dejar! ... Pero puedes ir con la Hermana Irene y las otras niñas, ¿lo has oído?” La Madre Rafaela sólo daba licencia para que yo asistiera al catecismo.

¡Qué gran decepción en el alma! ¡Quién sabe si tal vez no sentí un gran dolor! Me quedé triste y, por primera vez, me sentí infeliz. Pensé: “La Hermana Irene quería”. Después me di cuenta; ella incluso había dicho: “Tú, se lo pides a papá, ¿no?” ¡Sin embargo la Madre Rafaela, que era más amiga mía que la Hermana Irene, no me quería dar al buen Jesús!

Una queja bien dolorida salió de mi corazón a mi “Nuevo Amigo”, que estaba allí, quietecito, sin decir nada, pero viéndolo todo.

Mi querida Madre Rafaela, ésta es la queja que tuve de Usted, durante largos años. Queja injusta, es verdad, pero que nacía de un corazoncito que os quería mucho, que no comprendía vuestras santas intenciones y que amaba ya mucho a “la Santa Hostia blanca”, que Usted misma, mi buena Madre Rafaela, me enseñasteis a conocer y amar.

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