Todavía en 1916. Había venido a Jaguarao una gran compañía de operetas que levantó una expectación extraordinaria. Antes de que viniera la compañía le precedió una especie de secretario para verificar si la tal compañía podría venir, pues había sido contratada por el Teatro Esperanza. El secretario andaba por las casas colocando abonos para el recital, que se componía de unos cuantos espectáculos. Papá no quiso adquirir un abono. Era muy caro: un palco para 5 personas, 200.000 reales. Papá dijo: “Tal vez podamos escoger un espectáculo”.
Al final, vino la compañía. Por la tarde, los artistas con sus trajes de gala, habían salido haciendo un recorrido de exhibición por las calles, en una fila de coches con las capotas levantadas. El domingo, primer día de estreno, recibí por la mañana, a la vuelta de la iglesia, una cartita de A., diciendo que su papá había reservado un palco en el que quedaba un lugar vacío, y que don B. le había mandado que me invitara. Papá y mamá me dieron permiso y por la noche estaba yo radiante esperando que A. me viniese a buscar. Así sucedió y nos fuimos. El teatro estaba a rebosar; no había un palco vacío, ni un asiento de platea, ni una butaca sin ocupar. Allá estaba yo, en un palco con A. y su familia.
Sonó la campanilla y la orquesta de la compañía interpretó la obra “Guaraní”. Momentos después se eleva el telón y comienza el drama. Era un drama de Alejandro Dumas, de cuyo título no me acuerdo. El primer escenario era la lujosa sala de un castillo. Entra un hidalgo y comienza a hablar. Y de aquí no pasé. Las santas alas de mi “Nuevo Amigo” se extendieron, como ya había ocurrido en varias ocasiones, y ya no vi ni oí nada más, salvo su “dulzura”, que me cautivaba el alma y el cuerpo (no sé si puedo expresarme así). Y terminó el espectáculo.
Al día siguiente en la mesa, papá me preguntó por el argumento del drama. No se lo supe explicar. Fui ridiculizada por mamá, que me trató de tonta. Papá siempre demostraba bondad conmigo. Lloré por la humillación que experimenté. Mamá luego me acarició y lo olvidé todo. Durante el resto de la temporada de la compañía papá adquirió un palco. Mi lugar se lo cedí a tía E., y Vovó se quedó conmigo. Le dije a papá que no me gustaban las obras de teatro, que me gustaba más el circo. Papá se rió diciendo: “Y seguro que lo que más te gusta es el payaso”. Papá parecía conformarse con la estupidez de su hija, pero yo, por entre aquella generosa conformidad, percibía bien algo que le entristecía. Amén.
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