domingo, 15 de marzo de 2020

Cap 3 - El primer gran dolor de mi alma

Cuando doña Mimosa, teniéndome todavía en sus brazos, quiso volver al sitio donde estaba antes, me abracé a su cuello sollozando profundamente. Creo que mamá se asustó y también doña Mimosa, porque no comprendían la causa de mis lágrimas. Acacia lo vio y me llevó a ver a Congo, el gran caballo que tanto me gustaba.

Fue éste el primer gran dolor de mi almita de niña. Sentía una gran pena por el buen Papá del Cielo, a quien quise mucho más desde ese día y al que siempre quise agradar, aunque cometiese miles y miles de faltas; pero ni una sola vez fueron voluntarias, sobre todo a partir del día de aquella santa lección.

El “pobre Papá del Cielo”, clavado en la cruz negra, tuvo, desde entonces, una gran atracción e influencia sobre mí. Ahora Lo amaba mucho más; y cada día iba muchas veces a colocarme al pie de la cómoda, sobre todo al anochecer, para que el Papá del Cielo no se quedase solo y para que no tuviese miedo de que le fueran a maltratar los soldados.

Muchas veces Acacia me sacó de allí, sorprendida de mi atracción por la cómoda, sin comprender jamás la verdadera causa. Aquella cómoda me atraía, a pesar del gran miedo que se apoderaba de mí con la semioscuridad del cuarto y el silencio que allí reinaba, pues a aquella hora casi siempre estaban todos en la galería. En una ocasión fui injustamente acusada a causa de mi favorito puesto de guardia.

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