domingo, 15 de marzo de 2020

Cap 49 - Rezar de rodillas

Papá estaba aún en la Colonia Militar del Alto Uruguay. Allá no había casas de obra y, antes de que nombraran a papá, el gobierno había mandado construir una casa de madera barnizada y ya con muebles.

Papá se trasladó solo (porque nosotros permanecimos siempre en Jaguarao), con una cocinera y otra criada para arreglar la casa, además del mozo de los recados. Ya dije en otra ocasión que extrañaba mucho la ausencia de papá, cuyo recuerdo nunca me abandonaba. Pensaba muchas veces, con añoranza de papá, que allá no tenía quien cuidase bien de él cuando estuviese enfermo, y tantas otras aprensiones mías.

Por la noche, era incapaz de dormirme sin haber rezado el Rosario entero por papá, a no ser que hubiese hecho por él un sacrificio “grande”. Y mi última petición a mi “Nuevo Amigo”, antes de dormirme, era invariablemente ésta: “Mi ‘Nuevo Amigo’, en cuanto me duerma, vete con papá y quédate con él vigilando, junto con su ‘Nuevo Amigo’”. Sólo entonces me dormía en paz.

Un día, tuve una añoranza de papá mayor que la de los otros días. Se sucedieron los pequeños sacrificios y recé a Nuestra Señora más de un Rosario. Tenía más añoranza de papá, eso era lo único que sabía. A la noche le pedí a mi “Nuevo Amigo” que, antes incluso de dormirme, fuera a cuidar de papá. Y después, tarde, cuando todos dormían, me desperté pensando en papá.

Estábamos en lo más duro del invierno. Pero como no tenía sueño, pensé en rezar un Rosario por papá, acostada como estaba; con el frío no me apetecía levantarme y arrodillarme.

Comencé la primera decena del santo Rosario, pero no llegué a rezar tres Avemarías. Algo, como un fuerte impulso, me obligó a levantarme; debía rezar de rodillas. Así lo hice. De rodillas, al pie de la cama, recé con la mayor devoción de que era capaz mi alma, con la firmísima convicción de que papá necesitaba la oración. Recé, no sólo un “tercio” del Santo Rosario, sino además otro “tercio” de “Recordad que os pertenezco”, y otro “tercio” al “Santo Ángel”.

Mi “Nuevo Amigo” hasta entonces no se había manifestado. No me extrañó pues le había mandado que fuera con papá. Al terminar el Rosario del “Santo Ángel”, comencé otro “Rosario de Glorias al Padre”, tan grande era la necesidad que tenía de rezar, a pesar del frío intenso que sentía y de la oscuridad y el silencio reinantes. Al finalizar la decena del “Glorias al Padre”, allí estaba sobre mi cabeza la santa mano, como acariciándome, como diciéndome: “Basta, papá está a salvo”. (Eso lo sentía absolutamente convencida). Volví a la cama y, poco después, volví a dormirme con una paz santa, muy santa.

Pasados varios días, mamá recibió una carta muy larga de papá y recortes de periódico, donde se contaba el suceso. Papá había arrestado a un soldado a causa de una falta que había cometido contra la disciplina. Éste, después de cumplir el arresto, fue puesto en libertad.

Dos o tres noches después (justamente la noche en que me desperté para rezar), papá se despertó por el ruido de grandes estallidos en la casa, y se vio rodeado de una fuerte claridad. Se dio cuenta de que la casa estaba ardiendo, saltó de la cama e intentó pasar a la habitación contigua para salvar unos papeles importantes. ¡Imposible! Las llamas, aterradoramente, lo devoraban todo. Intentó salir por la otra puerta, lo mismo. ¡Todo rodeado por las llamas!

Corrió, entonces a la ventana que daba al exterior, pero el fuego o el calor la habían deformado y no se podía abrir. De repente, sin embargo, con un fuerte estallido, se abrió la ventana, cuyas hojas estaban ya siendo lamidas por las llamas, y justo tuvo tiempo de saltar afuera. Fue el mismo papá el que dio la señal de alarma y finalmente vino el socorro.

Hechas posteriormente las investigaciones, se aclaró el caso. El pobre soldado confesó después que, en un arranque de venganza, había dado fuego a la casa.
He contado este caso porque tengo la firme convicción de que fue mi “Nuevo Amigo” quien salvó a papá. Creo hasta que fue Él quien abrió la ventana para que papá se salvase. Como era mi costumbre, sin saber por qué, no comenté a nadie el caso de aquella noche de los santos rosarios. Únicamente sé que mi “Nuevo Amigo” me dejó rezando, cuando fue a salvar a papá. Y cuando me puso su santa mano sobre la cabeza, papá ya estaba a salvo.

Mi “Nuevo Amigo”, glorificado sea Dios en vuestra santa fidelidad. Amén.

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