Cierto día me regaló el Capitán Teixeira una linda cajita de bombones: en la tapa había un elefante montado en una bicicleta, cuyas ruedas daban vueltas de verdad. Me puse muy contenta. Me parecía que no daría aquella linda cajita, llena de grandes bombones, por nada de este mundo. En el momento en que más la admiraba, me asalta repentinamente este pensamiento: “Tengo que darle esta cajita a Isaura, sin probar un solo bombón, porque ella ha rezado muchas veces conmigo el Rosario”.
Sin embargo, tan pronto como me vino este pensamiento lo deseché, y, con la misma rapidez, le sucedió otro: “No le doy a Isaura ni un solo bombón; ahora ya no quiere rezar conmigo”. Y luego siento, percibo (no sé cómo expresarme) a mi “Nuevo Amigo” mirándome triste y serio, pero, sin verlo. Levanto la cabeza, como acostumbraba, para intentar ver su santo rostro. Me quedé perpleja: ¡mi “Nuevo Amigo” quería que le diera mi cajita a Isaura! Y ahora comprendo que entraron en combate mi voluntad y mi egoísmo (no sé si pienso rectamente). Pero mi “Nuevo Amigo” siempre vencía, y mi feo y mezquino egoísmo fue vencido.
Tomo la cajita y, como una flecha, corro a casa de Isaura y, con una suprema alegría, le doy la cajita: “Es para ti, porque solo tú quisiste ayudarme a rezar el Rosario”. Isaura, aquel día y algunos más, rezó conmigo, pero después de nuevo ya no quiso.
No conseguí ya que ninguna de mis amiguitas quisiese ayudarme a rezar. Y los años pasaron, pasaron, pasaron; mi dificultad, sin embargo, no pasó. Pero, por una gracia de la Santa Madre de mi Jesús, recé siempre, siempre su Santo Rosario. Entré al convento y, en el postulantado, ¡ah! encontré a alguien, otra postulante, hoy sor Alfonsina, que, siempre que podía, rezaba conmigo a media voz el Santo Rosario. Le decía: “Gloria, ¡me cuesta tanto rezar el Rosario sola!, ¿usted quiere rezar conmigo?” Y comenzábamos.
Siendo novicia pasó la dificultad. Es que me mandaron que no repitiera ningún Ave María. Gracias a Dios y a Nuestra Señora ya me curé, e incontables veces he rezado, siempre que me acuerdo, el Rosario por el “señor” Cipriano, por mi hermana Dilza, por Isaura y por sor Alfonsina. Es un pequeño tributo de gratitud de mi alma. Sólo allá en el Cielo, estas almas generosas sabrán el gran bien que me hicieron y cómo me sentía feliz y consolada cuando ellas me ayudaron.
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